"Sus cultores son moles de que pesan mas de 150 kilogramos, las aficionadas japonesas se vuelven locas por ellos y la Argentina ya cuenta con algunas figuras (1997)".
El samoano Koyo Musashimaru mide 1,90 metros y pesa 196 kilogramos y en este instante existe una sola meta en su mente: expulsar a sur rival -una mole tan grande como él- del círculo que van a compartir por unos pocos segundos en la final de un torneo de sumo en Tokio. Todo Japón (espectadores en un estadio colmado y millones de televidentes) está pendiente de sus movimientos. 7 segundos de empujones le bastan a Musashimaru para alcanzar la victoria y consolidar su lugar entre los 5 mejores luchadores del deporte nacional de los nipones.
No es la única estrella extranjera de la disciplina. El hawaiano Taro Akebono (más de 2 metros de altura y 231 kilogramos) consiguió el título de yokozuna -gran campeón-, mientras que su compatriota Konishiki (275 kilogramos) se consagró como ozeki -segundo en el escalafón de los campeones- y también se hizo famoso por casarse con la top model Sumika Shioda. ¿Qué tienen estos mastodontes gordinflones de sexy? Quizá nada para los ojos de las mujeres occidentales, pero para las orientales (especialmente las de Japón) representan el ideal masculino. Por eso siempre aparecen rodeados de bellas mujeres, filman cortos publicitarios y encima ganan sumas millonarias.
Hakkeyo y: El término "su" significa "camarada" y "mo", "golpe". La lucha entre los 2 "sumotoris" -como se conoce a los contendientes- tiene lugar en el "dohyo", círculo de arena de 4,55 metros de diámetro que se levanta a 50 centímetros del suelo. 20 bolsas (hechas de tallo de arroz) llenas de tierra forman el lecho del círculo. Antes de empezar la lucha cada uno de los sumotoris arroja varios puñados de sal sobre el dohyo para purificarse y una vez en él, ambos ejecutan el "chiri" o "kiru", ceremonia que consiste en ponerse en cuclilas y extender los brazos para confirmar que no llevan ningún arma. La competencia comienza a la indicación de "hakkeyo y" por parte de un árbitro que viste kimono y sostiene en la mano un abanico ritual. La advertencia siempre es la misma: quién golpee con el puño o con el pie o insulte al rival será eliminado. El combate termina cuando uno de los luchadores es sacado del círculo o arrojado al suelo. A pesar de que la acción dura generalmente entre 2 y 60 segundos, el sumo es en el Japón un espectáculo deportivo de gran emoción y enorme popularidad. Hasta el punto de que no hay nada más difícil que conseguir un asiento en la primera fila del Salón de "Kokugikan" (el principal estadio de sumo) en el día de cierre de un torneo. Si no pudo obtener entradas, no importa. Todavía está la televisión para ver cada escena retransmitida hasta el hartazgo y salseada con los sesudos comentarios de especialistas.
Lucha de dioses: "Comprender el sumo es comprender la cultura japonesa", afirma el escritor Kazutoshi Hando. Sin embargo este deporte surgió en Mongolia, donde todavía es muy popular. A diferencia de sus equivalentes mongol, chino y coreano, el japonés siempre se celebra en un dohyo, sitio en el cual el hombre está simbólicamente unido al cielo y la tierra. Según una leyenda, su origen se remonta a la lucha que protagonizaron 2 dioses para decidir la propiedad sobre una región. Al margen de las fábulas, se cree que el sumo existe desde hace más de 1400 años, pero sólo a mediados de siglo XVIII adquirió su forma moderna.
En sus comienzos, además de ser una justa deportiva, era una importante ceremonia que el emperador organizaba para desear una buena cosecha a todos los presentes. Aunque los tiempos han cambiado, se mantiene la costumbre de rezar una oración con ese propósito y la ofrenda de alimentos sigue siendo la misma: nueces, castañas, arroz, calamar seco y algas se purifican con sal y se entierran el el dohyo, en un pozo de 15 centímetros de profundidad. Después allí se vierte sake (bebida alcohólica obtenida por fermentación del arroz) y se pide a los dioses que protejan a los luchadores de sufrir heridas.
Otro ritual que ha sobrevivido a los siglos se desarrolla al comienzo de cada torneo: los sumotoris de alta categoría se presentan llevando unos delantales multicolores llamados "keshomawashi". Se ponen de pie alrededor del dohyo y el yokozuna ejecuta un ritual estilizado que muestra la fuerza de los luchadores y el sentido del juego limpio. Sólo quienes hayan llegado a dominar los waza -las 70 técnicas de combate- pueden aspirar al peldaño más elevado en la escalera del sumo, el de yokozuna. Siguen en orden los grados de "ozeki, sekiwake, komusubi y maegashira".
Hoshi Tango y Hoshi Andes: Según la revista "Look Japan", 66 % de los representantes de la categoría "ozeki" son extranjeros. El argentino Marcelo Imach (alias Hoshi Tango o Estrella del Tango) es uno de ellos. En marzo de 1987 se convirtió en el primer sumotori occidental. Él y José Suárez (Hoshi Andes) aprendieron los rudimentos del deporte en dohyos nacionales y hoy (1997) triunfan en las ligas mayores del sumo profesional del Japón, donde están radicados desde hace una década (1997). Cuando era guardavidas de la Asociación Cristiana de Jóvenes, Imach pesaba 90 kilogramos y se acercó al sumo por curiosidad. Al principio le daba vergüenza presentarse ante el público argentino vestido sólo con el "mawashi", una especie de taparrabos. Sin el pudor de antaño, Imach es uno de los luchadores más respetados de las grandes ligas en Tokio, gana 7000 dólares mensuales y piensa quedarse a vivir en Japón. Sus 90 kilogramos originales se han transformado en 165 gracias al "chankonabe", un guiso tradicional hecho con carne, pescado, legumbres y harina de soja que les garantiza a los sumotoris 10000 calorias cuando les hacen falta. Para mantener ese peso (existen 4 categorías: hasta 85 kilos, entre 86 y 115, más de 115 y libre peso) sin que sea riesgoso para la salud, estos atletas se someten a duras rutinas de entrenamiento.
Los aprendices se levantan a las 4:00 A.M. y después de barrer el dohyo practican intensos ejercicios para desarrollar rapidez, agilidad y soltura. "Las consignas para ser un buen luchador son entrenarse, comer y descansar mucho. Un cuerpo grande y pesado no sirve si no se tiene fuerza y velocidad", explica Hideki Soma, director ejecutivo de la Federación Internacional de Sumo, presidente de la Federación Argentina de Sumo, profesor y séptimo Dan de judo. Soma llegó al país en 1971 contratado por el Comité Olímpico Argentino para que entrenara a los seleccionados de judo; le gustó Argentina y se quedó: hoy entrena a los más de 70 sumotoris, de entre 7 y 40 años, que practican el deporte de sus ancestros desde hace más de una década (1997). Soma, junto a los profesores Nakamura y Matsushita, organizó en 1980 la primera exhibición de sumo que se hizo en Argentina, en el Club Universitario de Buenos Aires (C.U.B.A.). Hasta entonces los inmigrantes japoneses practicaban entre ellos, pero no se habían preocupado por difundir el deporte. En 1982 se creó la Federación Argentina de Sumo, se instaló un dohyo provisorio en el Jardín Japonés (Capital Federal) y se realizó un torneo conmemorando el cumpleaños del entonces emperador Hirohito.
La Federación Internacional cuanta con 72 países afiliados (a 1997) y es la organizadora de la Copa Mundial por la que compiten una treintena de naciones cada diciembre en Tokio. Hace unas semanas (fines de 1996) se celebró su 5º edición y la Argentina -representada por Edgardo José Matos, Jorge Charello, Gabriel Wakita y Leonel Borgiali- participó en distintas categorías, pero su desempeño fue malo.
A pesar de este campeonato y otro 6 torneos anuales, el sumo todavía no alcanzó estatus olímpico. Japón, Estados Unidos, Mongolia y Brasil son siempre los principales animadores de los mundiales y en una segunda línea están Alemania, Rusia, Sudáfrica y la Argentina, que quedó novena en el mundial por equipos de 1995. Además, Juán Manuel Matsubara fue subcampeón mundial de la categoría hasta 85 kilogramos en 1993 y Jorge Charello en la de hasta 115 kilos en 1994.
Debajo, la nota original de Enero de 1997 de la Revista Nueva: