En todas los deportes, siempre encontraremos exponentes curiosos de nula temperancia y capacidad de calma para tolerar las negligencias arbitrales. Los estadios de paranoia que provocan estas decisiones sobre los deportistas -presuntamente- más flagelados nos ofrecen otra de las lindas facetas del deporte, en especial cuando sus manifestaciones en forma de rabia y frustración logran sacarnos una sonrisita o en su defecto, la empatía nos permite hacerles un espacio en el recuerdo personal, más allá de sus cualidades y despropósitos en el momento de entrar en acción. En el ámbito del tenis, que en su modernidad nos tiene tan acostumbrados al juego rápido, a la limpieza, a la probidad, a las buenas maneras, a lo "fashion", se nos antoja bastante espontáneo apreciar a un jugador con tantos exabruptos en su proceder, como el entrañable John McEnroe, quién pasará a la posteridad no tanto por sus brillantes duelos con los destacados de su generación, más sí por sus constantes quejas y peleas ante los jueces, así como los característicos destrozos de raquetas que animaron a más de uno a la compra masiva presta para roer contra el piso.